«Mi hija nació y no sentía que fuera mía»

Sensación de extrañamiento o trastorno de estrés post traumático. Me enteré que se llamaba así a lo que me ocurrió hace muy poco, en el seminario de psicopatología del parto y nacimiento que estoy haciendo en el Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal.

A mí me da sentido explicármelo como que tuve una dificultad para integrar la experiencia corporal del parto. Un nacimiento traumático; muchas dosis de anestesia al sentir que el proceso se había estancado desencadenó en que mi primera hija naciera con fórceps y aún con un equipo de parto respetado muy cálido y acogedor, yo tuve la sensación de no reconocimiento de mi propia hija.

Sí, la tenía en mis brazos, la vi salir de mi cuerpo, pero yo no entendía que ella, la que estaba ahí conmigo, era la niña que tanto esperé por 39 semanas y cuatro días.

Un claro déficit de oxitocina endógena provocó que todo lo que viniera después del parto, fuera en respuesta a que me faltaban litros y litros de la tan necesaria hormona del amor.  A lo lejos escuchaba que hiciera mucho piel con piel, pero yo ya estaba desconectada absolutamente de mi rol.  Dos o tres semanas me demoré en darme cuenta que mi hija había nacido. Estaba en mi cama descansando, ella en su cuna.

De repente despierto, siento como si me estuviera cayendo de un edificio, abro los ojos, suspiro fuerte, miro hacia mi lado y la veo. «La Colomba nació», digo, acompañado de un llanto que duró horas.

No podía creerlo, ella ya estaba aquí.

Culpa, confusión, extrañeza.

Si bien con este gran descubrimiento pude darme cuenta de su nacimiento, no pudimos nunca establecer la lactancia materna, era un suplicio para mi responder y consolar sus llantos, la depresión postparto vino a instalarse a mi vida y tuve un camino tanto más pesado y doloroso para la ya desafiante maternidad.

¿Qué nos hizo falta en ese momento?

Que alguien me explicara qué estaba pasando, haber ido a terapia con alguna psicóloga perinatal para poner en palabras todo lo que me estaba ocurriendo y así bajar los niveles de culpa, que potenciáramos todo lo fisiológico para que la oxitocina fluyera por mi cuerpo y neurohormonalmente hablando pudiera reparar las semanas de no reconocimiento con harto piel con piel, bañarnos juntas, dormir juntas en la misma cama, portearla, olerla, hacerle masaje, haber ido a actividades que fomenten el vínculo, haber ido a círculos de mujeres, relatar mi parto para que desde la narrativa haya podido integrar la experiencia, y tantas cosas más que hice de manera intuitiva y que hoy estoy estudiando sobre esto y al mismo tiempo sanando tanto de nuestra historia juntas.

Han pasado ya cuatro años y medio, pero el amor de una madre no sabe de límites ni tiempos, así que sigo intentado llenar cada vacío que quedó en tu corazoncito y en el mío para que ahora, desde la mujer y madre que hoy soy, yo te pueda ayudar a reparar y quizás a reconstruir nuestra relación para que nunca, tengas que buscar allá afuera lo que no tuviste de mí.

No hicimos el apego piel con piel cuando naciste, no te di teta, nunca colechamos, odiaba el porteo y estoy yendo a terapia «tarde» (aunque nunca es tarde para sanar) pero quiero que sepas que a pesar de todo eso que sé que pudo haber ayudado en su momento, tanto hace cuatro años atrás como ahora mismo, te prometo con mi vida, que lo estoy haciendo lo mejor posible dentro de mis posibilidades y que nunca pero nunca, dejaré de buscar tu bienestar.

Hoy quiero hablar de todo esto porque es importante que pidamos ayuda mujeres madres, no nos perdamos la posibilidad de amar desbordante e incondicionalmente

Ilustra este relato nuestra primera foto juntas, a sus dos semanas de vida. No tengo registro de otra foto así juntitas antes de eso.

Por Natalia Canto Díaz