Deseaba este bebé, lo amo y deseo su existencia, pero desde que comencé a gestar me di cuenta como una profunda tristeza volvía a tocar la puerta y no podría darle la alegría que quería entregarle a mi hijo. Se empezó a asomar de a poquito. Los primeros meses tuvimos problemas de lactancia por una hipoplasia y otra vez volví a sentir que no podría darle lo que tanto quería: felicidad y satisfacción.
Poco a poco las cosas se pusieron más difíciles en mis adentros y la pena me empezó a consumir. Además, estábamos en pandemia, cesantes, mi compañero enfermo y de allegados, ya no me imaginaba como se vería mi hijo al crecer y cada día esperaba que se terminará pronto.
Por un tiempo creí que los demás se darían cuenta y mi suegra y mi pareja se llevarían a mi hijo. A veces pasaban pensamientos oscuros de hacerme daño o de que era una mala madre e irremediablemente le haría un daño a mi hijo.
Pese a mi resistencia pedí ayuda psiquiátrica además de terapia. Actualmente estoy en eso y sé que estaré mejor. Para mi es muy real la transparencia psíquica del puerperio, la necesidad imperante de hacerse cargo de una misma y aprender a cuidarse para poder cuidar a un otro, y ahora me llegó de frente y con mucha fuerza está necesidad de aprender a amarme.
Por Eu