La clara luz de tu silencio

«No hay latido».

Papá y yo escuchamos esta tremenda frase en la consulta de ginecología para la tercera y última ecografía. Ahí empezó un dolor que aquí trato de describir para compartir, con quien lo lea, el sufrimiento que atravesé acompañada tiernamente de mi marido, al que también quiero otorgar un importante papel, pues no siempre, a las parejas se les hace suficientemente visibles en las experiencias de pérdidas de hijos o hijas.

Esta frase fue el inicio del proceso de una despedida técnica, médica, protocolaria, oficial; la despedida emocional se desarrollaría durante un período mayor de tiempo, en un espacio más íntimo y personal. Estas palabras las escuchamos en septiembre, casi al final de un fantástico verano a su lado, al lado de Sergio, en mi barriguita. La frase retumba aún hoy en mi cabeza, igual que aquel día o quizás aún con la misma fuerza. El sentimiento, a partir de ese momento y allí, en el hospital, se concentra en dos partes de mi cuerpo: en el pecho y en los ojos. En el pecho a través de mi corazón que bombeaba hasta casi salirse de mí misma; y en los ojos, a través de mi mirada, perdida y consciente, y mantenida tal cual, en el infinito, meses.

El apoyo del personal del hospital fue correcto, profesional y también cercano. El apoyo de mi gente, de nuestra gente, fue tierno, prudente, cariñoso, silencioso también, para abordar, como mejor sabían, el tabú que este tipo de experiencias lleva implícito. Nada ni nadie nos sirvió de consuelo en esos momentos. Solamente papá y yo, a tu lado.

Iniciamos la despedida esa tarde en la eco 4D que teníamos pendiente, donde solamente te vimos, porque ya no te escuchamos. Pasamos juntos el fin de semana entre los petardos y voladores de las fiestas de Villa, donde estaba el hospital. Curioso que hubiera fiestas justo al lado de donde tanto se sufría; como la vida misma.

Tardaste en salir chiquitín, te encontrabas bien dentro de mamá y yo no quería tampoco desprenderme de ti.

Fue el parto más hermoso del mundo, sin dolor, tierno y con lava de color celeste. Apareciste en brazos de la enfermera, recogido en una toalla con tu gorro a rayas: hermosura en estado puro.
Separarnos fue lo peor.

La magia de los números, de las fechas y de viajes por el sol entre planetas y estrellas, hizo que el día 19 del décimo mes de ese año, la fecha que la ginecóloga nos avanzaba que nacerías, se convirtió en otra cosa: el 19 que suma 10, del mes 10, se transformó en la fecha de otra creación, la de tu hermana Clara, niña arcoíris con una fantástica luz, como la tuya, extraordinariamente mágica; Clara llegó para abrazarnos diariamente y rememorarte aún más, como cada día hace desde que en su cabecita te metiste, para comprender lo que fuiste, eres y serás.

Gracias por haberme regalado el aprendizaje de amar tan profundamente.

La clara luz de tu silencio nos acompaña cada día, mi chiquitín.

 

Por Raquel

Notas:

La foto es de Norma Grau de su Proyecto Stillbirth. Paseando por estos mundos conocí a la red de apoyo de Umamanita. Un refugio al que en su momento acudí: la asociación Brazos Vacíos de Asturias. Recibí apoyo psicológico en el servicio público de salud, pero solamente una vez, en una única e insuficiente consulta clínica. La camiseta de la foto lleva la letra de una canción de Los Planetas: Clara y Sergio escucharon desde la barriguita de mamá a este grupo en diferentes momentos. Otro refugio, permanente: la escalera 23 de la Playa de San Lorenzo en Gijón.